miércoles, marzo 04, 2015

Los Años Dorados de mi Infancia

Nací morado y casi muerto, después de que mi madre pasara por 23 horas de trabajo parto y mi alma se diluyera en liquido amniótico, Dios se manifestó a través de mi tío Luis para sacarme del mar y bendecirme con la luz de la vida, tal vez por ello he bailado en el infierno con el diablo y nunca me he quemado y así con este manto de poder divino mi vida es una gran aventura.

Nací el 29 de abril de mil novecientos ochenta, Tauro y testarudo empiezan con la letra T, mis primeras palabras no fueron ma o pa fueron sfangre  y cuchillos, oh Dios, mal presagio.

Entre una nube de materia gris se dibuja uno de mis primeros recuerdos y este es de la película El Regreso del Jedi, la cual vi a los 4 años, no entendí ni madres!! Pero a la fecha se me pone la piel chinita cada que escucho la marcha imperial “ta ta ta taatata taatata”  y recuerdo las naves, las espadas láser y principalmente a los monstruos; después de eso mi vida cambio, a mi corta edad y durante mi infancia me enamore de películas como Blade Runner, Tron, Volver al Fututo, El Cristal Encantado, Indiana Jones, Dunas, Alien, Depredador, James Bond, La Mosca, Rambo, Rocky, Pelotón y todas las de Chuck Norris, no importaba había que matar a esos extraterrestres y cochinos comunistas a como de lugar; pero las dos películas que me marcaron como res por su alto contenido de violencia fueron Robocop, Mad Max y Terminator y estoy seguro que debido a eso He Man y los héroes de mayitas siempre me parecieron unos afeminados y maricas.

Mención aparte merece el video de Thriller de Michel Jackson y solo Dios y Michel saben cuantas veces le pedí a mi mamá que hiciera sonar el tocadiscos con la canción bad, beat it o Thriller, y me narrara la historia de los dibujos que había en el disco, por que yo quería ser un zombi bailarín y a estas alturas mis tías católicas y conservadoras ya decían a los 4 vientos: ¡este niño no es normal!

Hablando de música escuchaba rock desde el útero y al salir bailaba con Sex Pistols y mi madre no podía calmarme ni con valium, ribotril o cinturinil; a escondidas vi la película de Pink Floyd The Wall, igual no entendí nada pero me alucinaron los dibujos animados y a la fecha sigo escuchando con gran placer la música de esta magnifica banda inglesa.

El Oro, estado de México está a 4 horas de camino del DF y aunque lloraba todo el camino pidiendo a mi madre, al llegar siempre corría a comer nata, waffle y cocoles de la cremería la vaquita.

Los años dorados de mi infancia son recuerdos del frío otoñal del bosque en El Oro, del sol agobiante en Melchor Ocampo y la opulencia y abundancia en la colonia Del Valle, viví con un gigante, mi abuelito Julio Legorreta Monrroy, crecí con mis abuelos bebiendo pulque, atole de masa y leche bronca; comiendo arroz, mole y frijoles, cabalgando y trabajando, de mi gran abuelo aprendí a pescar y asar trucha en la presa Brockman, -y aun conservo las cañas que me hizo para esa ocasión- aprendí a ordeñar vacas, comer conejos, montar a caballo y quitarle las espinas a las tunas y los nopales.


Hubo una ocasión y lo recuerdo con vergüenza cuando el güilo me correteo y picoteo, ese canijo guajolote era imponente y más cuando esponjaba sus plumas en señal de ataque, pero mi abuelito intervino y lo mejor es que lo disfrute en la navidad del 89 y le dije al caldo: ¿mira quien se come a quien?

En otra ocasión me saco del lodo de los puercos pues resbale por error y esos inmensos animales casi me aplastan.

Cuando salíamos a disfrutar el bosque y la montaña mi abuelo era la guía y sus nietos la escolta lista para divertirse, jugábamos a ser soldados exploradores, yo me deslizaba por un tobogán de hojarasca mientras mi primo Rodrigo me correteaba con esposas, palos y piedras por que había robado la reliquia del templo perdido en el cuarto de mi abuelita; o trepaba los árboles mas altos para saltarles por sorpresa y emboscar a la comitiva enemiga que venia a cazarnos, por que a esa edad, ¡como quería ser chango!

A la hora del almuerzo mi abuelita y las tías sacaban de sus canastas de mimbre huevos duros, cocoles o nata para que no declináramos en la búsqueda de Atlantis, la civilización que estábamos seguros encontraríamos al cruzar la montaña por debajo del río.

Me siento afortunado de haber crecido con mi numerosa familia jugando a las escondidas, al lobo, los columpios, los maderos de sanjuán, basta, encantados, declaro la guerra, tochito, luchitas, las traes, y aunque mi generación vio con mucho agrado el nacimiento del Nintendo jamás nos aislamos del mundo físico para conectarnos en la red.

En la cabaña nos tacaba cama por familia a los niños se nos juntaban dos matrimoniales y hacíamos una campamento de terror pues las historias del indio perturbado que vive en el panteón donde sepultaron al hijo del vecino que murió de un hachazo en la montaña no se hacían esperar; por fortuna fui testigo de muchos mitos fantásticos e inexplicables como las bolas de fuego que cruzan las montañas, las calabazas mordisqueadas por dientes dignas de un animal del inframundo o los sonidos de agonía y rabia que muchos primos sentíamos en el oído cuando la oscuridad impedía distinguirnos, tal vez por eso salía de mi cama a las 2 de la mañana y caminaba por el enorme jardín de la casa  en la Del Dalle y nunca le tuve miedo a la oscuridad. Ya de grande me convertí en un animal nocturno.

Mi madre siempre cuido de mí y me hizo dos regalos de por vida, llevarme a terapia para tratar la dislexia y el déficit de atención pues fui niño problema, en la escuela nadie me quería era latoso y travieso como nadie, el otro regalo fue el deporte, desde siempre tuve natación y Tae Kwon Do.

Del arte marcial aprendí una disciplina basada en el dolor y el esfuerzo que aun hoy es orgullo de este cuerpo moldeado a martillazos: lagartijas mal hechas, latigazo, mirar al profesor a la cara, golpe al estomago, negarse a pelear, 10 patadas en las piernas, no gritar al hacer los ejercicios, 5 vueltas en posición de patito; fui un niño abusado por los mas grandes, y es que a esa edad 2 kilos de diferencia ¡son dos kilos de diferencia!, por eso recuerdo nítidamente como le fracture el tabique a Israel, 20 centímetros y 1.5 kilos mas grande que yo enfrente de Mariana, mi amor platónico de cuarto año, ¡que momento de gloria absoluta!

Estas anécdotas e historias en mi infancia nunca se las he compartido a nadie así que son afortunados en escucharlas pues hoy las he compartido por vez primera ante personas que casi conozco, espero que les hayan gustado, gracias.
             







1 comentario:

  1. Enorme texto mi estimado amigo. Me transportarte a tus tiempos y a esos parajes desde tu visión de chamaco. Pues gracias por compartir carnal. Un abrazo muy fuerte.

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